La de Rosita es una historia sin rostro. Cuando llegamos a Pisco, de hecho, es sólo un nombre. El de una persona que conocieron Susana y Eva cuando pasaron por allí hace tres años. Nuestra misión es buscarla, averiguar si sobrevivió al terremoto que asoló la ciudad hace un año. Las huellas de la tragedia están ahí: casas derruidas, solares llenos de escombros, calles sin asfaltar e infraviviendas en las que malviven los ciudadanos de Pisco que no huyeron tras la catástrofe.
La única pista que tenemos es que Rosita trabajó en La Casona, un hostal de la ciudad peruana. Allí nos dirigimos temiéndonos lo peor, después de que un lugareño nos diga que La Casona fue derruida y se construyó un nuevo hostal…
Nos recibe Carmen, la dueña. Nos explica que La Casona fue derruida antes del terremoto para construir el nuevo hostal que, por suerte, sobrevivió a la tragedia. Al preguntarle por Rosita, duda. Entonces me doy cuenta de que, según me dijo Eva, Rosita era una niña cuando la conocieron. Carmen sonríe. Efectivamente, Rosita es la hija de una mujer que trabajó en el hostal durante muchos años, pero lo dejó antes del terremoto.
Carmen nos explica que anduvo preucapada durante un mes, hasta que por fin dio con Lidia (la madre), Rosita y sus cinco hermanos. Todos sobrevivieron al terremoto, pero se mudaron lejos de Pisco, por lo que nos quedamos sin ponerle rostro a Rosita. Eso sí, le mandamos un fuerte abrazo a través de Carmen.