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la superviviente

octubre 7, 2008

La de Rosita es una historia sin rostro. Cuando llegamos a Pisco, de hecho, es sólo un nombre. El de una persona que conocieron Susana y Eva cuando pasaron por allí hace tres años. Nuestra misión es buscarla, averiguar si sobrevivió al terremoto que asoló la ciudad hace un año. Las huellas de la tragedia están ahí: casas derruidas, solares llenos de escombros, calles sin asfaltar e infraviviendas en las que malviven los ciudadanos de Pisco que no huyeron tras la catástrofe.

La única pista que tenemos es que Rosita trabajó en La Casona, un hostal de la ciudad peruana. Allí nos dirigimos temiéndonos lo peor, después de que un lugareño nos diga que La Casona fue derruida y se construyó un nuevo hostal…

Nos recibe Carmen, la dueña. Nos explica que La Casona fue derruida antes del terremoto para construir el nuevo hostal que, por suerte, sobrevivió a la tragedia. Al preguntarle por Rosita, duda. Entonces me doy cuenta de que, según me dijo Eva, Rosita era una niña cuando la conocieron. Carmen sonríe. Efectivamente, Rosita es la hija de una mujer que trabajó en el hostal durante muchos años, pero lo dejó antes del terremoto.

Carmen nos explica que anduvo preucapada durante un mes, hasta que por fin dio con Lidia (la madre), Rosita y sus cinco hermanos. Todos sobrevivieron al terremoto, pero se mudaron lejos de Pisco, por lo que nos quedamos sin ponerle rostro a Rosita. Eso sí, le mandamos un fuerte abrazo a través de Carmen.

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anfitrión en el desierto

agosto 30, 2008

Camina descalzo sobre la arena del desierto marroquí. Pero no siente el calor a sus pies. Abbu lleva toda la vida en el desierto que se abre al sur de Ouarzazate. Desde niño ha acompañado a los turistas por las dunas emulando a sus antepasados bereberes que cruzaban el desierto en caravana.

Gracias a él el trayecto es más agradable, más auténtico. Nos cuenta anécdotas de sus travesías por este desierto hecho a la medida de los turistas, mientras alardea de sus dotes con el lenguaje. Y tiene de qué presumir. Abbu no sabe leer ni escribir, tampoco interpretar un mapa. Pero además de conocer el desierto como la palma de su mano, estos años de peregrinar entre las dunas le han permitido aprender. Chapurrea frases en español, inglés, francés y hasta japonés. Y cada día, intenta aprender un poco más.

Él nos enseña a sobrevivir en el desierto, a cuidar de los camellos, a cocer pan bajo la arena, a montar una jaima y a preparar té a la menta como lo hacen en su tierra: el Atlas. A cambio, sólo pide un «garito» —un cigarrito— y una sonrisa. Es la mejor compañía para disfrutar de la inmensidad del desierto, de su eterno horizonte de arena, del grito del silencio bajo el sol más penetrante.

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ojos negros

agosto 3, 2008

Ojos negros, mirada tímida y alegre sonrisa. Mueve las manos con soltura y no quita ojo a las recién llegadas. Viene todos los días a la Casa de Voluntarios de la ong The Direct Help Foundation para hacer, con sus manos, hermosos butis —amuletos budistas de la buena suerte—. Forma parte de uno de los proyectos que ha creado esta ong para facilitar el acceso de las mujeres al mundo laboral, para proporcionarles un medio de subsistencia. La mayoría de ellas son viudas, o tienen maridos alcohólicos o violentos.

Ella y sus compañeras forman también parte de otro proyecto: The Kalam Revolution —la revolución del lápiz— creado para fomentar la alfabetización de mujeres en las capas más bajas de la sociedad nepalí. Este proyecto de TDHF surgió para evitar que las mujeres humildes sean engañadas. Desgraciadamente, son muchos quienes se aprovechan de su ignorancia para robarles a sus hijos: les aseguran que se los llevan temporalmente y les hacen firmar su renuncia a ellos, para darlos en adopción.

Ajena a todos estos problemas, sus profundos ojos negros se empeñan en brillar al son de la sinceridad de su sonrisa.

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el pequeño Budha

julio 29, 2008

En Nepal, el budismo y el hinduísmo se funden y conviven en ejemplar armonía. El valle de Kathmandú está salpicado de monasterios y stupas budistas en los que rezan los refugiados tibetanos, que también son bienvenidos en los templos hinduistas. Las túnicas granates y amarillas de los monjes tiñen el paisaje nepalí, como lo hacen los ropajes coloristas de las mujeres hindúes.

Hay monjes budistas de todas las edades; incluso niños, que no se limitan a rezar: juegan, corren, saltan y ríen como el resto de chavales de su edad. Así lo hacen los monjes del monasterio de Namobudha. Se levantan antes de que salga el sol, para la primera oración del día. Es la más intensa, al menos para el joven monje protagonista de esta historia, que no puede contener varios bostezos durante la hora que dura la ceremonia. Mientras sus compañeros se concentran al son de los mantras y la música de las trompas, él se distrae con cualquier excusa. Al terminar, recoge minuciosamente el estuche de madera que contiene los rezos.

El monasterio de Namobudha es una especie de seminario en el que los monjes más jóvenes son instruidos en la filosofía budista. Cuando termina la clase, el ‘pequeño Budha’ corre a jugar al fútbol con sus amigos. Todavía queda tiempo antes de la hora de la comida. Los jóvenes monjes vienen y van por el recinto, que alberga el monasterio, el templo, la casa de huéspedes, las cabañas de los empleados, la residencia de monjes… sin inmutarse por la presencia occidental. Pero la sincera sonrisa del ‘pequeño Budha’ es el recuerdo más nítido de este pequeño y acogedor «pueblecito» budista.

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bina

julio 23, 2008

Las mujeres nepalíes son dignas de admiración. Como sucede en casi todos los países del mundo, son ellas las que se encargan de las tareas domésticas y del cuidado de la familia. Y casi siempre lo compaginan con un trabajo fuera de casa, que en demasiadas ocasiones es muy duro: cargar mercancías, picar piedra, labrar el campo, trabajar en la construcción… Uno de los principales problemas es que muchas madres acuden a trabajar con sus bebés a la espalda, porque no tienen quien los cuide. Loa accidentes son frecuentes…

Para cambiar esta realidad, Bina creó en 2006 Orchid Garden Nepal, una ong que defiende los derechos de los niños y que se materializa en una pequeña guardería situada en una barriada humilde de Kathmandú. Cada día, Bina se ocupa, con la ayuda de dos compañeras, de cuidar y enseñar a unos 30 niños y niñas mientras sus madres trabajan. Los pequeños también comen allí, gracias a las donaciones de familiares y amigos de esta increíble mujer que se ha propuesto cambiar su país.

Esta nepalí, de mentalidad abierta y con las ideas muy claras, tiene la firme convicción de que para lograr un futuro mejor para Nepal, la educación de las nuevas generaciones es primordial. Por eso busca personas que apadrinen a estos niños. El dinero de los apadrinamientos (80 euros al año), lo destina íntegramente a la educación del niño. Cuando cumplen la edad de 4 años, si cuentan con un padrino, comienzan a estudiar en un colegio privado.

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bienvenid@s a b@bel

julio 22, 2008

Por fin me he decidido a abrir la ventana. El objetivo de este espacio es dar voz a todas las personas maravillosas que he ido conociendo durante mis viajes. Perfilar las historias personales de esas gentes que me he encontrado en el camino y que tanto me han enseñado. Comenzaré por Nepal, país que tuve la suerte de visitar en marzo, y cuyos habitantes me enamoraron. Un viaje que cambió mi vida.

¡¡Va por ell@s!!